No quería abandonar a Jonás ni a Sarah. Fueron unos días increíbles que no olvidaré en mi vida, pero tenía que volver a mi rutina.
El todoterreno me esperaba aparcado justo donde lo dejé el primer día. Me despedí de ellos con lágrimas en los ojos, la piel de gallina y con la esperanza de volver a vernos algún día.

Esta vez, el aeropuerto quedaba mucho más cerca. La ruta que me explicó Jonás no daba tanto rodeo.
—Si sigues por ese camino, con el sol siempre a la izquierda del morro, llegarás enseguida —dijo emocionado.
Estaba convencido de que no me perdería otra vez, pero para estar más seguro, introduje las coordenadas en el GPS. Dos horas más tarde, entregaba las llaves en la agencia, no sin antes llenar el depósito del maldito Renegade.
No se pueden hacer planes cuando viajas. Pensaba que en cinco horas estaría en casa y, sin embargo, tuvimos que hacer el aterrizaje de emergencia que te comenté por culpa del pobre mochuelo. ¡Qué susto, por favor! Me vino de golpe aquella letra que cantábamos de pequeños: «Para ser conductor de primera…», aunque aquí el conductor era un piloto con mucha experiencia.
No me gustan las cosas que no puedo controlar, pero, por suerte, no pasó nada más. Subimos a otro avión y, por fin, continuaríamos destino hacia Barcelona. Ya estaba en ruta de nuevo.
En el avión tuve tiempo para hacer un resumen mental de todas las vivencias. Una experiencia de esa categoría no creo que la olvide en toda mi vida. Diez días intensos, cargados de aventuras, desventuras, gratificación por los esfuerzos, situaciones comprometidas, sensación de ahogo, momentos de sublimación y misterio.
[Jaume]: «Cuando Lucas me dijo que, en el cambio de avión, había perdido de vista su portátil, no sabía qué hacer, si regañarle o matarlo a golpes. Suerte de mi contacto Borja. Que Dios, en su infinita benevolencia, le ofrezca asilo político en el cielo cuando llegue su hora».
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