Caminar de noche - Hatti

Publicado el 23 de junio de 2025, 18:30

Debimos salir de la casa-cueva a las cuatro de la madrugada. Por delante, quedaban seis horas a paso ligero. Caminando sin saber dónde poner los pies, la ruta se alargaría más de seis horas, pensé. Mientras Jonás guardaba las provisiones en la mochila, dijo que todo dependía de mi entrenamiento, mi sexto sentido y la capacidad de observación.

milky-way-4754040_1920-by-FMedic_photography-from-Pixabay

Jonás lideraba la expedición; Sarah y sus lobos cubrían la retaguardia, y yo, en medio, pensando en las musarañas, contemplaba ese paisaje casi lunar, que a oscuras se me antojaba fantasmagórico. El objetivo era llegar, cuanto antes, a una gruta que se encontraba a unos veinte kilómetros. El terreno era agreste, con barrancos de vértigo que fueron apareciendo a un lado del camino. Caerse no estaba en el guion.

A las nueve de la mañana, el sol pegaba fuerte y, sin sombra, el camino se hacía complicado. A las once, llegamos al pie de una escarpada cuesta. Mientras no paraba de asombrarme, con la voz entrecortada, mascullé:
—¿Qué diablos se habrían tomado esos dos, que estaban frescos como dos lechugas?


Numa, la loba, estaba en perfectas condiciones. Mil, en cambio, caminaba más lento, a mi ritmo.
Es como si el lobo supiera que yo no podía con mi alma.


Al llegar a la cima, me pregunté en silencio si lo que estaban viendo mis ojos era verdad o padecía una especie de alucinación. En lo alto, se vislumbraba un… ¿monolito?


Desde la posición del monolito, se veía algo parecido a una pared: un triángulo gigante de cristal que no reflejaba ni siquiera los rayos del sol.

—Jonás, ¿cuánto hace que está aquí? ¿Para qué sirve? —le pregunté boquiabierto.
—No tengo ni idea, pero ¿a que es impresionante?
—Impresionante no, lo siguiente. Y este monolito, ¿qué pinta aquí?
—Los monolitos marcan la posición de un lugar especial. Es como una chincheta en un mapa.
—¡Pues qué chincheta más grande! —dije en voz alta.


Jonás señaló los grabados en el monolito. De tan asombrado que estaba, ni siquiera me fijé en aquellos dibujos.

—¿Qué pone? —Parecía un niño que se pasa el día preguntando.
—Está escrito en punyabí, una lengua de la India y Pakistán. Reza: «Antes que vosotros, vinieron los pobladores de las estrellas para plantar la semilla que os hizo crecer en la Tierra».


Me quedé petrificado. No entendía nada. Tenía demasiadas preguntas que hacerle a Jonás y tan poco tiempo que, en un momento, se me pasó otra de mis ideas locas.


Al día siguiente, debía preparar la bolsa para volver a la cruda realidad. A mi ciudad de pollos sin cabeza, a mi rutina.


[Jaume]: Jonás sonrió con la frase de los pollos. Lucas me lo contó con una seriedad como nunca le había visto. Cada vez que exponía alguno de los momentos que vivió allí, se le ponían los pelos de punta. No era de miedo, más bien una mezcla de humildad, asombro, perplejidad, desasosiego, alegría, respeto… Todo muy extraño y real como la vida misma.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios