Era la tercera vez que coincidían. La última fue en el bazar chino, a medio camino entre la biblioteca y un Sexshop medio escondido. Se miraron un instante, pero el rubor en sus mejillas los delató.
Esa tarde, una lluvia torrencial los sorprendió. Remojados, se refugiaron en la entrada del chino. “¡Vaya primavera!”, pensó Lola mientras notaba cómo la blusa dejaba poco a la imaginación. Alberto no pudo evitar mirarla.

Como si lo hubieran ensayado, preguntaron a la vez por el paraguas pistacho que asomaba en un cubo de mimbre. La coincidencia les arrancó una risa tímida, aunque cargada de deseos ocultos. Era la primera vez que mantenían la mirada y una sonrisa cómplice se dibujó en sus labios.
Alberto confesó que siempre olvidaba los paraguas por ahí.
Lola rió, y él aprovechó para invitarla a un café en el boulevard. Cinco minutos después, conversaban como si se conocieran de toda la vida. Por la mente de Lola desfilaban preguntas: ¿vivirá cerca?, ¿le gustará leer?, ¿tendrá novia? Cinco años en el mismo barrio y apenas se habían cruzado cuatro veces.
Las semanas pasaban y los encuentros se hicieron más frecuentes. La atracción crecía por momentos.
Un sábado de mayo, Alberto la invitó a su casa. Con la excusa de mostrarle su colección de bonsáis, deseaba compartir algo más íntimo. Era cocinero en el hotel Seraton, y en sus días libres experimentaba con sabores y aromas que despertaban instintos primarios.
Lola aceptó sin dudarlo. Los bonsáis quedarían en segundo plano. Desde el día en el chino, había fantaseado con besarlo hasta perder el sentido. A las siete, coincidiendo con el cambio de turno del conserje, Lola llegó. Alberto abrió la puerta, y allí estaba ella, con la melena ligeramente húmeda y una mirada lasciva.
De pie, frente a frente, exhalaron al unísono. Alberto notó cómo la respiración de Lola se aceleraba, y ella sintió el leve roce de sus dedos al acariciarla. Sin mediar palabra, acortaron la distancia. Sus labios se encontraron en un beso profundo, cargado de deseos nacidos en el bazar. Lola notó en el sabor de sus labios, una mezcla de algo dulce y salado que la hizo temblar, mientras sus manos se entrelazaban en su nuca. Sintió cómo el mundo se desvanecía alrededor, dejando solo el calor de sus cuerpos y el deseo que los consumía.
En ese preciso instante, supo que aquello era solo el principio.
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