Llevaba algunos meses barruntando la idea de desaparecer una temporada. Cansado de mis seguidores, había decidido establecerme un tiempo lo más alejado posible de la civilización. Estaba harto de atender llamadas, responder emails, acudir a reuniones interminables y necesitaba distanciarme de todo.
Un compañero de trabajo me aconsejó que no hacía falta irme a las antípodas para desconectar del trabajo, de mis conocidos y, tal vez, de mí mismo. «A menos de cuatro horas de vuelo y algunas más en un todoterreno, te puedes plantar en medio de la nada», me dijo Samuel. Es el informático de la tercera planta. Se encarga de desarrollar en Python los escenarios que diseñan los ilustradores, con mis acotaciones narrativas, en los juegos para adultos que montamos en NLT Media.

Sam, como le gusta que le llamen, me enseñó un montón de fotos que guarda en el Drive de su móvil, más arañado que su dignidad después de tres divorcios. Sus ex le exprimieron hasta la transfusión de sangre que le pusieron en el Hospital Clínico, cuando en la Semana Santa pasada se encontró con un enorme jabalí. Chocó de frente mientras probaba su Lancia Delta Integrale.
[Jaume]: Parece ser que este Sam, en una ocasión, arregló un *404* —es decir, un bug crítico— mientras hacía yoga en la postura del sol naciente. Se ve que el tío es bastante bueno. Es de esos aventureros que, con dos mudas, una brújula, una navaja suiza, algo de dinero y muy poca vergüenza, es capaz de moverse por el mundo sin problemas.
Hace unos años, viajando por Capadocia, Sam se cruzó con un tipo muy peculiar. Al principio, pensó que se trataba de un homeless, pero después de conocerlo más a fondo, tuvo que cambiar radicalmente de opinión.
[Jaume]: Aquí hay una nota donde pone que Samuel le animó a que lo conociera en persona. Se lo dijo mientras le pegaba un mordisco a su bocadillo de mantequilla con anchoas. El supuesto homeless que mencionó hablaba con las piedras.
—¿Con las piedras? —repetí asombrado.
Emocionado con esas fotos tan increíbles, hice caso de su consejo. Una tarde que no tenía que ir a NLT, preparé el viaje con cierto recelo, pero emocionado a la vez. No me considero tan aventurero como Sam, pero necesitaba cambiar de aires. Estaba agotado de mente, y un viaje de ese calibre me abriría los poros de la curiosidad. Busqué en internet la información que me pasó Sam para valorar qué podría meter en la maleta. Mientras deambulaba por la casa, pensé en la temperatura que haría en primavera: un paraguas o chubasquero por si las moscas, crema protectora, una gorra, gafas oscuras, antimosquitos... Tal vez un plumón, una cantimplora; no sabía qué hacer. Hacía mucho tiempo que no preparaba una maleta. «He ido más al cine que de viaje. ¿Maleta o mochila?» —volví a preguntarme—.
[Jaume]: Mientras ordenaba sus notas, solté una risita al imaginar a Lucas cantando bajo la lluvia, como hizo Gene Kelly en aquella película. En una zona de la Tierra en la que llueve de uvas a peras, no imaginaba a Lucas cargando con un paraguas, a no ser que fuese para resguardarse del sol.
Estaba decidido. Compré en una plataforma de reservas los vuelos de ida y vuelta, más el alquiler del todoterreno, aprovechando un descuento que ofrecía la agencia al reservarlo con dos meses de antelación. Un Jeep Renegade rojo, con el aire acondicionado caprichoso que, más tarde, descubrí que funcionaba a base de darle golpes con fuerza en el salpicadero.
Mi gran aventura en solitario estaba a punto de comenzar.
Añadir comentario
Comentarios